OBRAS PICTÓRICAS

Altar de la Virgen del Pópulo

En la Capilla Sacramental, ante el muro izquierdo, contemplamos un pequeño retablo neoclásico de finales del siglo XVIII, en el que podemos admirar la pintura de Nuestra Señora del Pópulo, firmada por Luis de Villanueva en 1752, en ella se puede observar a la Virgen con manto azul y corona de plata sobre sus sienes, mientras que el Niño, sentado sobre su regazo y sujetando los Santos Evangelios con su mano izquierda, viste túnica de color encarnado, estando también tocado con corona de plata. El altar esta realizado en madera con algunos apliques de rocallas y vegetales en dorado, compuesto por dos columnas de base circular, fuste acanalado y capiteles corintios, sostienen un frontón liso y partido, con jarras en los extremos de donde brotan rosas, al igual que en el medallón central que existe en el ático.

Altar del Juicio Final o de las Ánimas

El retablo del Juicio Final, neoclásico realizado a en el año 1692 por Fernando Barahona, sencillo con un solo cuerpo, gemelo con el que preside el Santísimo Cristo de la Salud. Está ocupado por una pintura de tamaño colosal realizada por Francisco de Herrera, el Viejo (1590-1656), en el año de 1628, para muchos la más grandiosa que brotó de sus fecundos pinceles, influenciada notablemente por la obra de Pacheco en su composición, donde aparece en la parte superior del lienzo Jesús glorioso, rodeado de la Virgen, los apóstoles y otros santos, para juzgar a la humanidad; en la parte inferior, el Arcángel San Miguel, con su espada de fuego, separa a los réprobos de los justos, donde los personajes representados parecen de bulto, por la gran pasta de color que tienen, y elogia la fuerza del claroscuro, y especialmente se señala el contraste de los condenados, que, llenos de confusión y dolor, van a ser precipitados en el infierno, con los bienaventurados, llenos de placer y gratitud. En ambos casos trata con gran vigorosidad las figuras de esta zona inferior, especialmente en los desnudos, lo cual le confiere una vitalidad expresiva con fuertes dotes de naturalismo, propio de la última época del manierismo.
Aunque el contrato entre la Hermandad y su autor no especificara nada de su hechura, se sabe que cobró por este cuadro 250 ducados de moneda de vellón. Se encuentra escoltada por dos columnas salomónicas de seis espiras. En los sucesos de 1936, el retablo no fue dañado, aunque el lienzo quedó separado en varios trozos, debiendo ser restaurado. En el ático, entre dos columnas similares a las anteriores y más pequeñas, se puede observar una escultura en madera policromada y estofada el Arcángel San Miguel.

Altar de la Anunciación

De estilo rococó, con abundante rocalla, del tercer cuarto del siglo XVIII. En él se exhibe una notable pintura de la Anunciación del Arcángel San Gabriel a la Santísima Virgen María, de autor desconocido. En la que se descubre al lado derecho la imagen de la Virgen arrodillada sobre un reclinatorio, con túnica rojiza, pecherín color avellana y manto azul, el Ángel a su izquierda, va ataviado con un terno verdoso, alrededor de estos se dejan ver varios querubines, todo ello encerrado por estípes decorados a base de rocallas y arco de medio punto. A los lados del óleo, se encuentran dos medallones de forma ovalada con altos relieves que representan a de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier, en el ático aparece otro relieve donde se representa la apoteosis de Santo Tomás de Villanueva, entre nubes y cabezas de pequeños ángeles, mientras a sus pies aparecen San Benito y San Bernardo. Todo el altar conjuga matices marrones y verdosos, con tallas en madera tallada y doradas a base de rocallas y ornamentos vegetales, adornándolo también en la parte superior pinturas sobre tablas representando ciertas Letanías Lauretanas.
Antaño en este altar se custodiaba la Sagrada Eucaristía en un Sagrario flanqueado por dos cartelas de Duque Cornejo, sustituido más tarde por una urna con la figura yacente de la Virgen del Tránsito, de gran mérito y procedente del desaparecido convento de San Agustín. El retablo sufrió importantes mutilaciones en los trágicos acontecimientos de 1936, quedando la pintura principal muy dañada y perdiéndose la imagen yacente de la mencionada Virgen.

Cuadro de la Última Cena

Pintura al óleo realizada por Francisco Valera (1580-1645), fechada en 1622, siguiendo los cánones correspondientes al manierismo sevillano. Presenta el momento en que el Divino Maestro consagra el pan. Aunque la composición resulta aglomerada, con un espacio agobiante, estrecho, muy elevado para poder presentar la mesa redonda alrededor de la cual se agolpan los Apóstoles, distribuidos en dos grupos de seis. Todas las figuras están exaltadas, con movimientos agitados, gestos incisivos y rostros nerviosos. Los colores vibran llamando la atención y entre toda la crispación tan sólo la faz de Cristo aparece serena. En la obra se muestra también un especial interés por lo cotidiano, reflejado en los objetos de la mesa, propios de este estilo pictórico.
Se trata de una de las pinturas más interesante de la pintura sevillana del primer tercio del siglo XVII, inspirada en la obra del mismo nombre de Livio Agresti da Forli, tomando de esta, a través del grabado rítmico, esa agrupación de los personajes entorno a la mesa circular. Figuró en el altar mayor de la Capilla Sacramental de la Hermandad, hasta la demolición y construcción del nuevo templo, donde pasó a ocupar un lugar en alguna dependencia parroquial, en 1810 las tropas francesas lo trasladan al Alcázar, donde se reseñó con el número 151, como obra de dicho autor. Devuelto a la parroquia, estuvo colocado durante cierto tiempo en la sacristía, en la actualidad se encuentra en las dependencias de la Hermandad. Esta obra fue expuesta en la exposición sobre Velázquez que tuvo lugar en el Museo del Prado de Madrid en el año 1990, siendo restaurado con anterioridad por el Ministerio de Cultura.

Cuadro de la Sagrada Cena

Obra pictórica realizada en óleo sobre lienzo, perteneciente a la Escuela Sevillana de Pintura del siglo XVII, de autor anónimo, donde se aprecia a Jesucristo en la Última Cena rodeado de los doce apóstoles en el momento de consagrar el pan. Posee además este cuadro una moldura de madera tallada en su color de gran calidad artística. Presidió durante siglos la sala de cabildos de esta Hermandad.

Cuadro de la Flagelación

Óleo sobre lienzo de finales del siglo XVII, de autor anónimo, tradicionalmente atribuido a Francisco Herrera, el Viejo. La obra formó parte del Altar Mayor de la anterior Capilla Sacramental, ocupando en la actualidad un lugar junto al Altar de Ánimas en el actual templo. En la escena podemos ver, en la parte central la figura de Jesucristo desnuda, tapado tan sólo por un paño de pureza anudado en la cintura, maniatado a la espalda y sujeto a la columna, rodeado de sayones que lo maltratan y azotan, bajo la observancia del poder político y religioso de la época.

Cuadro de la Huida a Egipto

Obra del siglo XVIII, realizada con pinturas al óleo sobre lienzo, donde se observa la Huida a Egipto de la Sagrada Familia, conducida por un Ángel, mientras la Santísima Virgen monta en un asno, sosteniendo al Hijo de Dios en sus manos, cerrando todo el conjunto su esposo San José, que sigue el camino de todos los anteriores.

Cuadro de la Sagrada Entrada de Cristo en Jerusalén

Pintura al óleo sobre lienzo de finales del siglo XVII, de autor anónimo, tradicionalmente atribuido a Francisco Herrera, el Viejo. La obra formó parte del Altar Mayor de la anterior Capilla Sacramental, ocupando en la actualidad un lugar junto al Altar de Ánimas en el templo actual. La escena se desarrolla a las puertas de Jerusalén, mostrándose en el lado derecho la imagen de Jesucristo cabalgando a los lomos de una burra junto a dos de sus apóstoles, mientras en el lado opuesto se dejan ver sus seguidores que lo reciben con palmas, extienden sus mantos en el suelo y le hacen reverencias.

Cuadro de Jesús Nazareno

Obra pictórica en oleo sobre lienzo donde queda representada la figura de Jesús Nazareno en el momento de abrazar la Cruz, que viste túnica morada anudada a la altura de la cintura mediante soga con nudos, con un paisaje al fondo. Su ejecución podría fecharse entre 1660 y 1680. Respecto a su autoría, se establecen ciertos paralelismos con los Nazarenos pintados por Valdés Leal (1622-1690) pero con más dulzura y delicadeza. Donado por nuestro hermano D. Juan de Villegas y Caro a la Hermandad del Santísimo Sacramento y Ánimas Benditas de San Bernardo, recibió culto en la anterior Capilla Sacramental, en el ático del altar de las Santas Justa y Rufina. Más tarde, paso a la sala de cabildo de dicha corporación, donde ha estado ubicado hasta la construcción de la casa de hermandad, donde preside una de las salas de la misma.
En el lienzo se desarrolla una iconografía donde se representa a Cristo al iniciar el camino del Calvario cuando, según la tradición, abrazó y besó la Cruz en la torre Antonia de Jerusalén donde residía Poncio Pilato, temática ampliamente cultivada en Sevilla, desde los albores del siglo XVI hasta bien entrado el seiscientos, tanto en escultura como en pintura. Realizando un análisis morfológico y estilístico de la obra, cabe reseñar que la composición en diagonal, clásica barroca, por la Cruz tiene como eje central la representación de Jesús Nazareno abrazado a la Cruz. Porta el madero con la cruceta hacia atrás. Por tanto, el stipes cruza en diagonal ante la efigie y el patibulum carga sobre el hombro derecho. El Nazareno, recio y varonil, mira su rostro con expresión de dolor más moral que física. La mirada del Señor de inefable dulzura, capta la atención del espectador. Sobre su cabeza, rodeada por una corona de espinas, resplandece una luz sobrenatural que significa que la humanidad deshecha de Jesús está llena de plenitud, de gracia, de ciencia y de poder. Los rasgos morfológicos de esta obra se evidencian en el atrevido contrapposto, en el violento escorzo, en la amplitud de la zancada, etc. El acertado color subraya, al unísono, las exquisiteces del modelado y el espíritu barroquista de la misma, en cuyo fondo aparece un paisaje. En definitiva, tan prodigiosa pintura consigue, gracias a su virtuosismo formal y unción sagrada, conmover al espectador. Toda la luz de la obra se centra sobre la imagen del nazareno y el color del lienzo presenta en general un gran vigor y tenebrismo.
Fue restaurado entre los años 2015-16 por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, quienes corroboraron la teoría de Virgilio Mattoni a principios del pasado siglo de la atribución de esta pintura a Valdes Leal, por su cronología y similitudes con otras obras, ya que nos recuerda, especialmente, a un dibujo que se atribuye al pintor presentando la misma composición.